«Cuanto peor es la carretera más esperas de ella», escribe Cristina Grande en Diario del asombro, una magnífica cartografía íntima de textos que abarcan cuatro años. Las excursiones, las lecturas, las tareas domésticas, los amigos y las ausencias de las personas queridas jalonan este viaje vital, tan cambiante como las estaciones. La autora aprende a hacer el nudo de una pajarita, aunque lo que más le guste sea el suave tirón que hay que dar para deshacerlo. Aprende también nuevas palabras, o redescubre su significado, como el origen de «clavel», la flor favorita de su padre. Entre la naturaleza y la civilización, entre la memoria y las incertidumbres del porvenir, con la sombra alargada de la pandemia, la narradora encuentra remansos de presente apacible: la belleza de ciertos lugares, algunos rituales, como el ir a una sala de cine, o el placer de seguir la Vuelta ciclista. «Todo está cogido con alfileres», reflexiona, y aun con cuatro hilvanes, como unas cortinas que hay en casa de su madre, seguirá por mucho tiempo. Los días se suceden y, en el camino tantas veces recorrido, de asombro en asombro, llega a ciertas revelaciones, como que «quien tropieza y no cae, avanza», o que solo el grosor del filo de una navaja separa la melancolía de la felicidad.